Giro de Italia: Nadie se atreve con el voraz y dominador Pogacar | Ciclismo | Deportes



El Giro empieza a parecer una cuestión de dependencia. Nada pasa sin el permiso del líder, todos los movimientos dependen de él, que con su permanente sonrisa cuando se baja de la bicicleta, y su rostro pétreo cuando se monta, causa pavor entre sus supuestos contendientes. El pelotón de los ¿favoritos? se paraliza a la espera de lo que decida Pogacar que, sin embargo, no es un tirano al estilo de Lance Amstrong, el ciclista que nunca existió, sino un chico que lo quiere ganar todo y no regalar nada. Solo eso. Como si fuera sencillo.

Falta un kilómetro, salta Tiberi, con todas sus fuerzas puestas en el empeño, lleva un rato regulando sus energías después de doce kilómetros de ascensión y siente que tiene piernas. Y sale tras él Tadej, sin levantarse del sillín, y le enfría los ánimos. Luego es Arensman el que prueba y sucede lo mismo. Como quien lava, Pogacar no tarda ni dos segundos en cerrar la brecha. Casi parece que va silbando. Otra vez Tiberi, de nuevo la respuesta del líder, con suavidad, como la de la madre que sujeta al bebé que da sus primeros pasos y se intenta alejar de su regazo. Geraint Thomas ni lo intenta, sabe lo que va a pasar, y no quiere que pase. Llega por detrás Rafal Majka, el compañero del tirano amable y se pone delante del grupo, quedan 500 metros. “No era la mejor subida para nosotros, no tenía la dureza suficiente”, reconoce después el eficaz gregario polaco. “A dos kilómetros le pregunté a Tadej si aceleraba para que se fuera, y me dijo que no, que en la meta”.

Así fue. Todos los planes del líder, otra vez de rosa al completo, se cumplen. A 200 metros de la meta en Prati di Tivo se puso delante, aceleró con su brutalidad habitual, y ganó su tercera etapa en ocho días; en la primera jornada de montaña, en los Abruzzos, a la sombra del Gran Sasso de Italia, un día después de su descomunal esfuerzo en la contrarreloj. Nadie se recupera como él, todos dependen de Pogacar. Daniel Felipe Martínez y Ben O’Connor, segundo y tercero, se pueden jactar de que entraron con el mismo tiempo.

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