50 años sin Asturias


Editorial

50 años sin Asturias

Los maestros son los grandes llamados a invitar a la lectura de la obra asturiana.

“¡Patria de los perfectos lagos, /altos espejos que tu mano acerca al cielo / para que vea Dios tantos estragos!…/ ¡Patria de los perfectos días, horas/ de pájaros, de flores, de silencio/ que ahora, ¡oh dolor!, son agonías!” (Poema a Guatemala, Miguel Ángel Asturias, 31/10/1899 – 9/6/1974)

Siete de cada 10 graduandos guatemaltecos no alcanzan el logro mínimo de comprensión lectora, según las evaluaciones oficiales. Y si el día de hoy se hiciera una encuesta entre maestros de Educación Primaria y Media solo con dos preguntas, ¿Cuántos libros lee por año? y ¿Ha leído al menos una obra completa de Miguel Ángel Asturias?, ¿cuáles serían los resultados?

Se menciona a los maestros porque son ellos los encargados de formar las inteligencias de la niñez y la juventud, y se especifica al escritor guatemalteco, premio Nobel de Literatura 1967, porque hoy se cumplen 50 años de su deceso.
Por si en algo abona la idea, en octubre próximo será el 125 aniversario de su natalicio. Quizá podría surgir una iniciativa oficial para impulsar sus obras —de poesía, teatro, novela, cuento—, efectuar adaptaciones para niños, publicar una edición adaptada al público joven o difundir material en redes sociales que motive, recupere y dignifique el contacto con su legado creativo siempre vigente.

Más allá de las controversias, la pluma asturiana, en su jitanjáfora impredecible y metáfora caleidoscópica, encierra una fusión de elementos multiculturales, históricos, geográficos, lingüísticos e incluso místicos que reflejan, como el espejo de Lida Sal, los contrastes, las injusticias, las glorias y las penas de una nación deslumbrante que padece tantos estragos, como lo dice el fragmento del poema con que inicia este texto. Leer a Asturias no es la solución a los grandes problemas nacionales, pero sí una ventana a sus raíces. No es una lectura fácil, pero la vida tampoco es fácil y menos aún sin hábito de lectura ni afán por lograr mayor comprensión de textos. Es cierto, la reiteración, la anáforas y las imágenes asturianas pueden alejar al lector, sobre todo si es joven.

Los maestros son los grandes llamados a invitar a la lectura de un poema, de un trozo de Hombres de Maíz o el cuento El Hombre que lo tenía todo, todo, todo. Pero ellos deben ser los primeros en leerlos. Para que el niño o el joven a su cargo descubra en esas ficciones el habla guatemalteca, el tono del relato prehispánico, el ritual sincrético y las voces del campo y las calles de una patria estafada por tantos “señores presidentes”.

Leer la producción del Nobel guatemalteco es un trabajo que se debe emprender por voluntad propia. En el camino se abren más senderos mentales, nuevas curiosidades, florecientes gozos literarios y puentes mágicos a ficciones que solo son superadas por la realidad. Y sí, existen tantas plumas de quetzales deslumbrantes del siglo XX: Luis Cardoza y Aragón, César Brañas, Mario Monteforte, Rafael Arévalo Martínez, Manuel Galich, Virgilio Rodríguez Macal, Luis De Lion, Arce, Méndez… La lista sigue como larga cola, pero Asturias es la gran ceiba de las letras guatemaltecas. Puede gustar o no, pero su lectura es fundamental, sobre todo para quienes se encargan de cultivar esos retoños que anhelan la lluvia del conocimiento, la creatividad y la innovación en tiempos altamente competitivos en todos los campos.



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